domingo, 22 de mayo de 2011



El profesional del futuro en la sociedad del conocimiento debe ser capaz de ser gestor de su propio proceso de educación. El tremendo dinamismo en la producción actual de conocimiento requiere de un profesional capaz de organizar su propio aprendizaje, de valorar críticamente la información que se le brinda y de evaluar su propio desempeño en el proceso de aprender. Este nuevo perfil exige cambios profundos en nuestra propia labor educativa.

El aumento exponencial del conocimiento exige ser autogestor del aprendizaje. El conocimiento mundial se duplica en un lapso de 1.8 a 3 años según la profesión. Ya hace 40 años Abraham Maslow indicaba que en áreas como la computación, lo que el estudiante aprendía a inicio de carrera había cambiado ya para cuando termina su formación, por lo que el énfasis en campos de saber tan cambiantes debería ponerse en aprender a aprender. La universidad no puede concentrarse en información enciclopédica continuamente cambiante, sino en habilitar al profesional para que dirija su propio proceso de aprendizaje de forma que sea permanente.

La masa creciente de datos además exige a un profesional capaz de valorar críticamente la información. La exposición continua a datos, teorías y enfoques heterogéneos hace cada vez más necesario el pensamiento crítico como una competencia permanente y central para la formación profesional. Primero, por la función central de los profesionales en una sociedad compleja, en que la toma de decisiones políticas está cruzada por los debates ideológicos. Segundo, por la necesidad de análisis crítico en las mismas empresas, necesitadas de comprender la evolución económica de la sociedad, pero también su dinámica sociocultural y hasta su contexto ambiental, todo ello en medio de los cambios de un mundo globalizado.

Nada de esto sería posible si el profesional no pudiera ser capaz de valorar su propio desempeño en el proceso de aprendizaje. La autorregulación debe llegar hasta la autoevaluación, que permite validar el propio proceso y reprogramar los aprendizajes futuros. Desde la aparición de la filosofía de la calidad total está claro que todo proceso institucional requiere de evaluación a lo largo del proceso mismo, de forma continua, ejercida por los mismos desarrolladores del proceso. El profesional debe estar capacitado para evaluar su propio proceso, de forma que pueda corregir y orientar su aprendizaje de forma productiva.

¿Qué cambios implica esta perspectiva en mi propia práctica educativa? Señalo algunos ítemes más evidentes y destacados. La clase inicial de curso pasa a ser estratégica, ya que la propuesta programática debe ser diseñada en conjunto con la participación de todos, de forma que los estudiantes debatan sobre qué pueden y necesitan aprender, organizando su propio proceso. El diseño de las actividades debe ser muy abierto y flexible, para que los estudiantes se vean comprometidos con generar su propia propuesta en vez de atenerse a parámetros de control externos. El análisis crítico, oral o escrito, pasa a ocupar un lugar central, en la forma de foros y debates. La autoevaluación y la coevaluación de los productos pasan a ser instrumentos indispensables, así como la discusión conjunta de las rúbricas de evaluación. Pero el elemento más importante es la transferencia progresiva de responsabilidad al estudiante, que debo ir graduando a lo largo de las actividades y de los cursos del programa.

Ante los retos del futuro, el compromiso de la educación debe ser capacitar para la autogestión del aprendizaje. Solo así se conseguirán los profesionales autónomos capaces de mantener al día sus procesos de formación permanente, profesionales críticos capaces de transformar las prácticas económicas y sociales de forma más productiva para todos y profesionales con altos estándares que les permitan su autoevaluación y superación continuas. Para conseguir este perfil, los cambios en el aula deben empezar desde ya.

BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA:

Nieves, Z., Otero, I. y Molerio, O. (2006) La formación profesional en la universidad de hoy: de la educación a la autoeducación. Revista Iberoamericana de Educación. Disponible en http://www.rieoei.org/deloslectores/1480Achon.pdf

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domingo, 15 de mayo de 2011

APRENDER Y ENSEÑAR






Aprender es el proceso por el que el sujeto actualiza sus potencialidades, adquiriendo de forma estable nuevos conocimientos, actitudes y conductas que le permiten modificarse y modificar el mundo que le rodea. Enseñar es desarrollar condiciones óptimas para que el sujeto pueda aprender, proponiendo experiencias y materiales para que construya su conocimiento.

Aprender es el proceso por el que el sujeto actualiza sus potencialidades. Uno de los casos más extraordinarios lo encontramos en Helen Keller (1880-1968), una niña sordomuda y ciega, cuya vida parecía condenada a la incomunicación total. Con el apoyo amoroso, paciente y persistente de su maestra Anne Sullivan, Helen Keller pudo superar sus inmensas limitaciones y llegó a graduarse con honores de la Universidad de Radcliff, para luego convertirse en escritora, activista política, oradora y una fuente de inspiración para el mundo. Modificándose a sí misma, Helen contribuyó a modificar el mundo en torno y su impacto todavía llega a nosotros.

Enseñar es desarrollar condiciones óptimas para que el sujeto pueda aprender. La enseñanza plenamente eficiente siempre es personalizada. Anne Sullivan tuvo que armarse de creatividad y paciencia para apoyar a Helen, desarrollando técnicas especiales para enseñarle y romper las barreras a la comunicación. La enseñanza iba desde enseñanza de la disciplina para que Helen pudiera controlar su terrible mal genio hasta el desarrollo de un alfabeto táctil para aprender la lectura. La amistad permanente entre Anne y Helen es un símbolo del compromiso humano para todo docente, porque la educación debe ser una tarea permanente de “filantropía” (amor al ser humano).

Pocas páginas puedes expresar tan intensamente la experiencia de un aprender real como lo narró Helen Keller en la Historia de Su Vida, cuyo texto citamos a continuación:


“We walked down the path to the well-house, attracted by the fragrance of the honeysuckle with which it was covered. Some one was drawing water and my teacher placed my hand under the spout. As the cool stream gushed over one hand she spelled into the other the word water, first slowly, then rapidly. I stood still, my whole attention fixed upon the motions of her fingers. Suddenly I felt a misty consciousness as of something forgotten—a thrill of returning thought; and somehow the mystery of language was revealed to me. I knew then that "w-a-t-e-r" meant the wonderful cool something that was flowing over my hand. That living word awakened my soul, gave it light, hope, joy, set it free! There were barriers still, it is true, but barriers that could in time be swept away.

I left the well-house eager to learn. Everything had a name, and each name gave birth to a new thought. As we returned to the house every object which I touched seemed to quiver with life. That was because I saw everything with the strange, new sight that had come to me”
Tal es la aventura del aprender, tal el entusiasmo de la mente y el despertar de nuestro propio poder, como Keller bien nos lo recuerda. En conclusión, si aprender es desarrollar nuestras potencialidades, significa por tanto humanizarse, a la vez que humanizamos el mundo. Y enseñar, que es crear condiciones favorables al aprendizaje, es una tarea humanística por excelencia, ya que consiste en facilitar al otro su crecimiento y el despertar del gigante interior que todos llevamos dentro.



Bibliografía recomendada

Keller, Hellen (1903). Story of my life. Disponible en http://www.gutenberg.org/cache/epub/2397/pg2397.html