“Saber es poder”, decía Francis Bacon. La historia humana ha estado marcada por profundas asimetrías de poder y, por tanto, esta misma situación se ha reproducido en el ámbito del saber. Quienes mandan y quienes obedecen tiene su paralelismo entre quienes enseñan y quienes aprenden. El docente, colocado frente al grupo de alumnos, ejerce su poder sobre ellos, asumiendo la posición de sujeto del presunto saber, actor único de la clase, mientras que los estudiantes pasivamente anotan, memorizan y repiten lo enseñado por el maestro. El alumno es desempoderado: su palabra debe ser la palabra del otro, su actitud debe ser la sumisión al otro. Anulado, ignorado, descalificado en su saber y experiencia, el alumno espera algún día concluir el proceso tomando la posición del maestro, es decir, reproduciendo las asimetrías en que fue formado.
Así como el poder se refuerza con símbolos, que van desde el trono hasta las ceremonias, el proceso tradicional de aprendizaje sacraliza el saber y lo separa de lo profano de la vida. Aislados en el ambiente artificial de la escuela, desligados de su propia experiencia, los estudiantes son vinculados con otra rutina, con otra realidad, que abarca desde el uniforme que los unifica y los separa del mundo cotidiano, hasta los rituales de escuela.
La institución educativa, adicionalmente, va seleccionando a los estudiantes en el proceso, haciendo sucumbir a quienes no se adaptan a los cánones estipulados. Como un gigantesco embudo, va filtrando y eliminando a quienes no se adaptan a sus cánones, hasta que muy pocos llegan a concluir los estudios superiores.
Esta imagen tradicional del saber ha empezado a desmoronarse al sufrir los impactos de las poderosas tecnologías de la información que configuran la nueva sociedad del conocimiento. Se trata de tecnologías poderosas porque rompen las barreras del espacio y del tiempo. Los usuarios pueden comunicarse a lo largo y ancho del planeta y compartir su información en tiempo real. Una conferencia dada en la India puede ser escuchada en América Latina, un programa mexicano puede ser seguido en el Cono Sur, un médico canadiense puede guiar una cirugía en Sudáfrica. No se trata solo del tiempo real. También esta frontera es rota y se puede escuchar a Martin Luther King o la música de Agustín Lara en línea. Puede escucharse una ópera de Monteverdi a ratos o puede seguirse una secuencia de conferencias de un mes colocadas en un tiempo continuo. El usuario elige su ritmo de aprendizaje.
Desde todo punto se puede hablar y ser oído, a toda hora se puede recibir el mensaje. Esta universalización y ubicuidad del conocimiento también corresponde a un cambio en los agentes del saber: todos pueden generar información, todos pueden ser escuchados. La producción del saber es compartida, es participativa. La invitación es abierta para cargar los propios videos en Youtube, para comentar en los blogs como expertos o como aficionados, para corregir Wikipedia, para responder las preguntas que alguien coloca en Yahoo, etc. Los chats se convierten en salas para flirtear, pero también para discutir problemas de relaciones de pareja, intercambiar filosofías de la vida y conocer otras realidades.
La temática se multiplica sin fin. La estructura flexible de las nuevas tecnologías nos puede llevar desde la versión latina de la Biblia en vatican.va hasta la descarga de videos de música árabe, desde un curso de administración en línea hasta un listado de remedios caseros, desde las madrasas pakistaníes hasta los debates del Congreso sobre la deuda insostenible de los Estados Unidos. Hay de todo, lo que significa para todos. En tal variedad de posibilidades, el usuario siempre encuentra algo de su interés, lo que explica el creciente número de horas invertidas en conectarse a los medios de información. Si no le place la forma y presentación de un sitio, en otro encontrará un diseño adecuado a su gusto. La abundancia de la oferta hace que se compita en diseños, flexibilidad, contenidos, atractivo en general, cautivando al usuario con la oferta potencialmente infinita. Hay para todos, en su variedad, en su diversidad, según su peculiar y particularísima motivación. Así, se globaliza, pero se particulariza al mismo tiempo, porque todos pueden exponer su propia historia y sus experiencias usando las tecnologías de la información.
Por eso se trata de la emergencia de una nueva sociedad. La sociedad del conocimiento se anuda en torno al saber. Sus comunidades son comunidades del conocimiento. La empresa se valora como sistema inteligente. Se revalidan las tradiciones indígenas por sus saberes tradicionales. Se conforman protestas sociales por Wiki Leaks. La posibilidad del encuentro dialógico de todos con todos es pólvora para organizar las revoluciones en el mundo árabes.
La nueva educación no puede ignorar el poder que da el saber en sus nuevas formas y posibilidades. Si se había mimetizado durante siglos con un sistema social de asimetría del poder, ahora debe reformarse a sí misma, para pasara a ser facilitadora de los procesos de conocimiento. Aprovechará las nuevas tecnologías para promover la universalización del conocimiento, pero ahora reposicionado el docente como mediador del encuentro con el saber, como facilitador experto en los nuevos medios, como guía para la valoración crítica de la inmensa masas de información a ser analizadas, procesadas y juzgadas, como docente de los parámetros éticos que nos indican qué hacer con el saber y cómo usarlo para construir comunidad. Pero, sobre todo, validará a los estudiantes como constructores de su propio saber, en un proceso de acción y participación que los convierta en parte de una auténtica comunidad de aprendizaje, viviente, compartida, y en pro de una mejor calidad de vida humana para todos.